JOSE ANTONIO MARINA, filósofo y pedagogo, lleva muchos años dedicado a
investigar cómo mejorar la educación, aprovechando lo que la ciencia ha
averiguado sobre el cerebro humano. Con este fin, creó la Universidad
de Padres, una institución que ya ha ayudado a miles de familias en la
dura tarea de sacar lo mejor de los hijos. Es el mismo objetivo de su
último libro, La inteligencia ejecutiva (Ed. Ariel), en el que
descubre que un paso más allá de la razón y las emociones está la
capacidad de tomar decisiones, que se está perdiendo en una sociedad
donde sobran los estímulos.
Pregunta.- ¿Es necesario que los padres vayan a una universidad?
Respuesta.- Es un proyecto que les ayuda a educar a los hijos, porque en el futuro no habrá piedad con quien no aproveche las oportunidades. Dejarles un capital educativo es la mejor herencia. Y una cosa es la instrucción académica y otra la formación del carácter. De nada sirve que un niño sepa matemáticas si se pone nervioso en un examen. Son competencias básicas que integran las tres etapas por las que ha pasado la psicología educativa: el conocimiento más racional, que fue la psicología cognitiva; luego la educación emocional; y ahora, gracias a la neurología, vemos que es necesaria una inteligencia más integradora: la inteligencia ejecutiva, que dirige y gestiona a las otras dos y consiste en elegir las propias metas y gestionar los recursos para realizarlas.
P.- ¿Cómo podemos identificar esta inteligencia ejecutiva?
R.- No se tiene cuando una persona hace planes y no
los inicia, o cuando alguien sabe mucho y está paralizado por el miedo.
Son personas inteligentes pero incapaces de tomar decisiones. Estos son
aspectos definitivos de la nueva inteligencia.
P.- ¿Hasta qué punto es genética?
R.- Se ha descubierto que en la evolución del cerebro
humano creció una zona, el lóbulo frontal, que es mayor que en otros
animales y organiza sus funciones. Ese director de orquesta es la sede
de la inteligencia ejecutiva. Pero esa capacidad la adquiere el niño
mediante la educación. Es como la facultad del lenguaje: todos nacemos
con esa facultad, pero si nadie nos habla, no hablaremos nunca. La
educación es la que define las estructuras cerebrales.
P.- ¿En qué medida la sociedad actual la favorece o la perjudica?
R.- No tener en cuenta esta inteligencia ha sido un
error. Todos los niños nacen con su atención centrada en lo que les
gusta, impulsivos y caprichosos, y deben aprender a controlar sus
impulsos. Ahora lo hacemos mal y por ello tenemos un porcentaje muy alto
de trastornos de atención. Son fallos en su inteligencia ejecutiva. Hoy
tienen demasiados estímulos y esa sobreestimulación, sin una
inteligencia ejecutiva, hace fallar el conjunto. Son niños que
reaccionan rápido, pero luego no recuerdan nada.
P.- ¿Cómo evitar estos problemas sin tener que salir del entorno?
R.- Se puede. Por ejemplo, ya sabemos que las nuevas
tecnologías conllevan una nueva gestión de la memoria y la atención. Los
niños son hábiles para hacer multitareas, pero el canal que lleva toda
esa información a la memoria a largo plazo no se amplía y queda en un
corto plazo que sirve para poco. Hay que luchar contra la idea de que
todo está en internet y no es preciso memorizar. Enseñarles a discernir
lo que deben recordar y lo que hay que saber buscar. No se trata de
sobrecargar la memoria, sino de recuperar lo aprendido. Los neurólogos
han visto que lo que distingue a unas personas de otras es su capacidad
de activar la memoria necesaria en ese momento. Sin embargo, las
asignaturas en el sistema educativo son estancas, no hay transferencia
de esa memoria de trabajo, una función fundamental.
P. -¿Tiene más funciones esta nueva inteligencia ejecutiva?
R.- Sí, son ocho: el control de impulsos, centrar la
atención, la gestión emocional, tener metas lejanas, ser capaz de
iniciar la acción y perseverar en ella, tener flexibilidad mental, la
memoria de trabajo y la llamada metacognición, que es la reflexión
interior sobre cómo pensamos.
P.- ¿A qué edades se activan?
R.- Empieza a adquirirlas desde los seis meses. Ya
entonces debe empezarse a fijar límites. Los 20 meses son importantes a
nivel neurológico: es cuando se establecen enlaces entre lóbulo frontal y
los centros emocionales y las últimas investigaciones indican que un
entorno educativo favorece cómo se crean estas vías, que acaban de
madurar en la adolescencia. Ahora se ha comprobado que esos lóbulos
frontales retrasan esa maduración a los 20 años, y se debe a que no
estamos educando a los hijos en la responsabilidad. Luego la educación
está en el núcleo duro de la formación física del cerebro. Por ello es
importante enlazarla con la neurociencia. Hay muchos problemas mentales
relacionados con el mal desarrollo de las funciones ejecutivas.
P. -¿Es reversible ese mal funcionamiento del sistema del control?
R.- Sí lo es, porque la plasticidad del cerebro humano
dura toda la vida, con distintas intensidades. Las nuevas técnicas de
exploración del cerebro han comprobado que las terapias cambian la
estructura del cerebro. Pero es mejor educar que reeducar.
P.- ¿Y la hiperactividad? ¿No hay cada vez más?
R.- Tanto el déficit de atención como la
hiperactividad son trastornos de funciones ejecutivas mal desarrolladas.
Hemos tenido generaciones de niños caprichosos porque se creía que
poner límites era malo. Un error. Ahora hay más hiperactivos, entre el
10 y el 12% de la población escolar. Ahí se incluyen trastornos
biológicos, que deben tratarse con anfetaminas, y los de atención, que
requieren métodos como las autoinstrucciones.
P.- ¿Cómo serán de mayores?
R.- Muy vulnerables porque no aprenden a soportar la
frustración. Vivirán sólo el presente y tendrán más dependencias porque
cuanto más débil sea su estructura ejecutiva, más se agarrarán a algo
que les organice la vida. Si a ello se une la falta de empatía por el
dolor ajeno, el 50% serán agresivos. Es un problema que se agrava en
Secundaria. El recorte de fondos en educación no ayuda. Éste es un buen
momento teórico y malo práctico.
P.- Y al final, ¿qué nota pondría a los padres españoles?
R.- Hay un 10% de negligentes, otro 30% de
excesivamente permisivos y un 20% de autoritarios. Los de mejor nota son
los afectivos y exigentes, el otro 40%. Pero muchos no saben hacerlo
mejor. Por eso triunfa la Universidad de Padres. Además, no son los
únicos responsables. El entorno cuenta y es importante influir también
en él.
Fuente: El Mundo - ROSA M. TRISTÁN
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