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lunes, 4 de junio de 2012

La APATIA y la falta de interés en el ADOLESCENTE de hoy

¿Cuál es el problema cuándo los adolescentes a pesar de tener una buena relación con un docente y no tener problemas de disciplina no se deciden a estudiar y no toman conciencia de las oportunidades perdidas? ¿Cómo se los puede motivar? ¿Cómo se logra revertir esa apatía y se vuelve a instaurar la “cultura del esfuerzo”?
Los educadores tenemos que empezar a pensar en encontrar la manera de que la familia y el colegio trabajen juntos a fin de lograr ayudar a los adolescentes para que comprendan el valor del estudio y del esfuerzo en pos de conseguir lo que se propongan. Para lograrlo es fundamental el rol de la motivación, que los psicólogos definen como la energía que nos mueve a proponernos objetivos y nos ayuda a lograrlos.
Dos factores juegan fuertemente en la motivación: la autoestima y la resiliencia.
El primero es un conjunto de percepciones, pensamientos, evaluaciones, sentimientos y tendencias de comportamiento dirigidas hacia nosotros mismos, hacia nuestra manera de ser y de comportarnos, y hacia los rasgos de nuestro cuerpo y nuestro carácter. El segundo, se define como la capacidad de los sujetos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y traumas.
La autoestima y la motivación se retroalimentan, pero muchos adolescentes carecen completamente de autoestima y es necesario ayudarlos a comprender que todos y cada uno de ellos son capaces de lograr lo que se propongan siempre y cuando estén dispuestos a esforzarse y trabajar en pos de lo que desean. 
La autoestima y la motivación para aprender son las resultantes directas de la atención que los adolescentes reciben en casa y en el colegio. Educadores y padres deben esforzarse para crear un ambiente que favorezca el diálogo tanto en el hogar como en la institución escolar y deben trabajar juntos para crear las condiciones necesarias para la construcción colectiva del conocimiento, asumiendo responsabilidades y superando diferencias y expectativas recíprocas equivocadas.
Es de vital importancia que los docentes revisen críticamente qué es lo que funciona en la práctica y qué es lo que ya no sirve pero se sigue haciendo por comodidad o por inercia. De esta forma se podrá ver qué modelo de enseñanza podría reemplazar al modelo de institución tradicional que aún predomina y que resulta anacrónico en la sociedad posmoderna.
Las prácticas pedagógicas deben adecuarse a la época que nos toca vivir y la escuela debe explotar al máximo las posibilidades que nos brinda la tecnología, debemos reconocer que el estudio, y por lo tanto el proceso de aprendizaje, implica esfuerzo y requiere tiempo y dedicación individual.
Los adultos nos quejamos de la apatía y de la falta de interés de los adolescentes, pero no debemos olvidar que el colegio es un microcosmo que refleja lo que sucede en la sociedad en la que está inserta. La costumbre de llegar a obtener lo que se quiere con el mínimo esfuerzo y lo más rápido posible se ha enraizado en todos los ámbitos y es lógico por lo tanto que también lo haya hecho en el colegio y, especialmente, en la etapa de la Educación Obligatoria Secundaria.

La escuela ya no se posiciona como el lugar del saber, esto ha quedado para el pasado. Ésta se ha convertido en una especie de guardería de adolescentes cuyo único objetivo es alcanzar la nota de aprobado de cualquier manera posible (copiando, mintiendo, etc.), siempre que no incluya el esfuerzo individual que implica estudiar.
Los adolescentes no encuentran el sentido de tener que estudiar cosas que en nada se relacionan con sus propios intereses y que a su juicio, no les servirán para nada en la vida real, en un futuro que vislumbran incierto y sin horizontes. Los modelos que se les muestran como exitosos no son los científicos, los académicos, los esforzados, los perseverantes, los honestos. Por el contrario, triunfan en la vida “el vividor”, el que roba, el que traiciona o el que engaña según vemos en los medios audiovisuales. Los chicos tienen como modelo a imitar, en palabras de los mismos adolescentes, “a aquel que es joven, tiene dinero y hace lo que quiere”.
Por todo lo comentado hasta el momento, la escuela puede se el lugar desde dónde las distintas visiones del mundo que tenemos adolescentes y adultos se encuentren y dialoguen. La relación docente-alumno es por naturaleza asimétrica, y así debe ser, pero hoy la autoridad ya no se impone: debe construirse día a día por medio del respeto, que es un camino de ida y vuelta.
Comprender la situación actual exige observar atenta y reflexivamente un mundo exterior a la institución escolar que se muestra confuso y desorientado. En ese mundo interactúan padres, docentes y alumnos, con el mercado y los medios de comunicación más allá de los muros del colegio y sus ecos resuenan dentro de ella. Es común ver el desajuste de expectativas entre padres, docentes y alumnos, que muchas veces contribuye a desacreditar la autoridad y debilitar el rol formador de la escuela.
Por la parte que le corresponde, la didáctica intenta entender y dar respuestas válidas para estos tiempos de cambio vertiginoso a través de diversas propuestas pero sabemos que la escuela tiene sus propios tiempos y que las adaptaciones y los cambios dentro de la institución son lentos. Ante esta situación tan difícil que se da es necesario que cada institución cuente con la ayuda de profesionales idóneos en otros campos como la psicología, el psicoanálisis, la dinámica de grupos, etc., que orienten a los alumnos y trabajen colaborando con los docentes, quienes tendrán que adaptarse a los cambios y aceptar un nuevo rol de perfiles aún no muy bien definidos, ya que el contexto en el que vivimos es nuevo, al igual que muchas actitudes de los alumnos.
De algún modo debemos encontrar la forma de escuchar a los adolescentes; de ayudarlos a reflexionar críticamente sobre el uso de su tiempo libre, sobre el rol del estudio en sus vidas y sobre la influencia que sobre ellos tienen estos nuevos agentes de socialización. Habrá que buscar estrategias para llegar a resultados positivos y destinar tiempo institucional para este fin.

El colegio no puede competir con los modos tecnológicos que les aportan a los jóvenes otro tipo de saberes a través de Internet, la comunicación vía chat y los teléfono móviles, la inmediatez de la imagen en la televisión y la música de moda que llevan a todas partes. Pero sí se puede desde la enseñanza abrir un espacio para el diálogo, indagando a cerca de los nuevos contextos socioculturales, respetándolos y tratando de integrarlos, reconociendo que los productos que promueve el mercado a velocidad de vértigo y los medios de comunicación, son parte muy importante de la vida juvenil y sacando de ellos el mejor provecho posible.
Del fracaso escolar se culpa, según los intereses dominantes, al docente, a la institución, a los jóvenes o a la familia. Pero no debemos olvidar que de esta crisis también puede salir la oportunidad de hacer una institución atractiva y amigable nuevamente que cumpla con sus fines formativos y no sólo “contenga” a los jóvenes, no debe olvidarse el hecho incontrovertible de que la institución escolar sigue cumpliendo el mandato social de transmitir conocimientos y valores. Dar pasos hacia una mejor enseñanza que brinde a los adolescentes una óptima formación que los prepare para enfrentarse al mundo complejo, tecnológico y competitivo en el que viven.
  
Fuente: Aránzazu Ibáñez

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