¿Cuál es el problema
cuándo los adolescentes a pesar de tener una buena relación con un
docente y no tener problemas de disciplina no se deciden a estudiar y no
toman conciencia de las oportunidades perdidas? ¿Cómo se los puede
motivar? ¿Cómo se logra revertir esa apatía y se vuelve a instaurar la
“cultura del esfuerzo”?
Los educadores tenemos que empezar a pensar en encontrar la manera de
que la familia y el colegio trabajen juntos a fin de lograr ayudar a los
adolescentes para que comprendan el valor del estudio y del esfuerzo en
pos de conseguir lo que se propongan. Para lograrlo es fundamental el rol de la motivación, que los psicólogos definen como la energía que nos mueve a proponernos objetivos y nos ayuda a lograrlos.
Dos factores juegan fuertemente en la motivación: la autoestima y la resiliencia.
El primero es un conjunto de percepciones, pensamientos, evaluaciones,
sentimientos y tendencias de comportamiento dirigidas hacia nosotros
mismos, hacia nuestra manera de ser y de comportarnos, y hacia los
rasgos de nuestro cuerpo y nuestro carácter. El segundo, se define como
la capacidad de los sujetos para sobreponerse a períodos de dolor
emocional y traumas.
La autoestima y la motivación se retroalimentan, pero muchos adolescentes carecen completamente de autoestima y es necesario ayudarlos
a comprender que todos y cada uno de ellos son capaces de lograr lo que
se propongan siempre y cuando estén dispuestos a esforzarse y trabajar
en pos de lo que desean.
La autoestima y la motivación para aprender son las resultantes directas de la atención que los adolescentes reciben en casa y en el colegio.
Educadores y padres deben esforzarse para crear un ambiente que
favorezca el diálogo tanto en el hogar como en la institución escolar y
deben trabajar juntos para crear las condiciones necesarias para la
construcción colectiva del conocimiento, asumiendo responsabilidades y
superando diferencias y expectativas recíprocas equivocadas.
Es de vital importancia que los docentes revisen críticamente qué es lo
que funciona en la práctica y qué es lo que ya no sirve pero se sigue
haciendo por comodidad o por inercia. De esta forma se podrá ver qué modelo de enseñanza podría reemplazar al modelo de institución tradicional que aún predomina y que resulta anacrónico en la sociedad posmoderna.
Las prácticas pedagógicas deben adecuarse a la época que nos toca vivir y
la escuela debe explotar al máximo las posibilidades que nos brinda la
tecnología, debemos reconocer que el estudio, y por lo tanto el proceso de aprendizaje, implica esfuerzo y requiere tiempo y dedicación individual.
Los adultos nos quejamos de la apatía y de la falta de interés de los adolescentes, pero no debemos olvidar que el colegio es un microcosmo que refleja lo que sucede en la sociedad
en la que está inserta. La costumbre de llegar a obtener lo que se
quiere con el mínimo esfuerzo y lo más rápido posible se ha enraizado en
todos los ámbitos y es lógico por lo tanto que también lo haya hecho en
el colegio y, especialmente, en la etapa de la Educación Obligatoria Secundaria.
La escuela ya no se posiciona como el lugar del saber, esto ha quedado para el pasado. Ésta se ha convertido en una especie de guardería de adolescentes cuyo único objetivo es alcanzar la nota de aprobado de cualquier manera posible (copiando, mintiendo, etc.), siempre que no incluya el esfuerzo individual que implica estudiar.
La escuela ya no se posiciona como el lugar del saber, esto ha quedado para el pasado. Ésta se ha convertido en una especie de guardería de adolescentes cuyo único objetivo es alcanzar la nota de aprobado de cualquier manera posible (copiando, mintiendo, etc.), siempre que no incluya el esfuerzo individual que implica estudiar.
Los adolescentes no encuentran el sentido de tener que estudiar cosas
que en nada se relacionan con sus propios intereses y que a su juicio,
no les servirán para nada en la vida real, en un futuro que vislumbran
incierto y sin horizontes. Los modelos que se les muestran como exitosos
no son los científicos, los académicos, los esforzados, los
perseverantes, los honestos. Por el contrario, triunfan en la vida “el
vividor”, el que roba, el que traiciona o el que engaña según vemos en
los medios audiovisuales. Los chicos tienen como modelo a imitar, en
palabras de los mismos adolescentes, “a aquel que es joven, tiene dinero
y hace lo que quiere”.
Por todo lo comentado hasta el momento, la escuela puede se el lugar
desde dónde las distintas visiones del mundo que tenemos adolescentes y
adultos se encuentren y dialoguen. La relación docente-alumno es por
naturaleza asimétrica, y así debe ser, pero hoy la autoridad ya no se impone: debe construirse día a día por medio del respeto, que es un camino de ida y vuelta.
Comprender la situación actual exige observar atenta y reflexivamente un
mundo exterior a la institución escolar que se muestra confuso y
desorientado. En ese
mundo interactúan padres, docentes y alumnos, con el mercado y los
medios de comunicación más allá de los muros del colegio y sus ecos
resuenan dentro de ella. Es común ver el desajuste de
expectativas entre padres, docentes y alumnos, que muchas veces
contribuye a desacreditar la autoridad y debilitar el rol formador de la
escuela.
Por la parte que le corresponde, la didáctica
intenta entender y dar respuestas válidas para estos tiempos de cambio
vertiginoso a través de diversas propuestas pero sabemos que la escuela
tiene sus propios tiempos y que las adaptaciones y los cambios dentro de
la institución son lentos. Ante esta situación tan difícil que se da es
necesario que cada
institución cuente con la ayuda de profesionales idóneos en otros campos
como la psicología, el psicoanálisis, la dinámica de grupos, etc.,
que orienten a los alumnos y trabajen colaborando con los docentes,
quienes tendrán que adaptarse a los cambios y aceptar un nuevo rol de
perfiles aún no muy bien definidos, ya que el contexto en el que vivimos
es nuevo, al igual que muchas actitudes de los alumnos.
De algún modo debemos encontrar la forma de escuchar a los adolescentes;
de ayudarlos a reflexionar críticamente sobre el uso de su tiempo
libre, sobre el rol del estudio en sus vidas y sobre la influencia que
sobre ellos tienen estos nuevos agentes de socialización. Habrá que buscar estrategias para llegar a resultados positivos y destinar tiempo institucional para este fin.
El colegio no puede competir con los modos tecnológicos que les aportan a los jóvenes otro tipo de saberes a través de Internet, la comunicación vía chat y los teléfono móviles, la inmediatez de la imagen en la televisión y la música de moda que llevan a todas partes. Pero sí se puede desde la enseñanza abrir un espacio para el diálogo, indagando a cerca de los nuevos contextos socioculturales, respetándolos y tratando de integrarlos, reconociendo que los productos que promueve el mercado a velocidad de vértigo y los medios de comunicación, son parte muy importante de la vida juvenil y sacando de ellos el mejor provecho posible.
El colegio no puede competir con los modos tecnológicos que les aportan a los jóvenes otro tipo de saberes a través de Internet, la comunicación vía chat y los teléfono móviles, la inmediatez de la imagen en la televisión y la música de moda que llevan a todas partes. Pero sí se puede desde la enseñanza abrir un espacio para el diálogo, indagando a cerca de los nuevos contextos socioculturales, respetándolos y tratando de integrarlos, reconociendo que los productos que promueve el mercado a velocidad de vértigo y los medios de comunicación, son parte muy importante de la vida juvenil y sacando de ellos el mejor provecho posible.
Del fracaso escolar se culpa, según los intereses dominantes, al
docente, a la institución, a los jóvenes o a la familia. Pero no debemos
olvidar que de esta crisis también puede salir la oportunidad de hacer una institución atractiva y amigable nuevamente que
cumpla con sus fines formativos y no sólo “contenga” a los jóvenes, no
debe olvidarse el hecho incontrovertible de que la institución escolar
sigue cumpliendo el mandato social de transmitir conocimientos y
valores. Dar pasos hacia una
mejor enseñanza que brinde a los adolescentes una óptima formación que
los prepare para enfrentarse al mundo complejo, tecnológico y
competitivo en el que viven.
Fuente: Aránzazu Ibáñez
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